Un tesoro josefino para planificar con causa
Introducción
Costa Rica destaca por
ser un territorio prospero y consciente con el medio ambiente, en donde el 26%
de la superficie terrestre se encuentra protegida. De ahí parte su nombre
cuando resuena la riqueza de una diversidad de flora y fauna, pero también en
la amplitud de la palabra “PURA VIDA” que emana de una sociedad en estrecha
correlación con esa naturaleza, un pueblo que presume de sus bellezas naturales
y que ha peleado la conexión con la madre tierra, que los ancestros inculcaron
respetar.
Se resalta como un
territorio de poca extensión territorial pero abundante en la inmensurable variedad
de características de su población y de los espacios que cohabitan en la
sinergia de su carácter vivo.
Razón por la cual, su identidad se nutre de las
culturas de un pueblo con arraigo en el sentir de sus diferencias, respetadas y
cubiertas bajo la democracia de sus regímenes, que son los más antiguos de América
Latina (ininterrumpidos desde 1953).
Un pedacito de tierra
que respira libertad, con la calidez de un pueblo y de un clima tropical, que
lucha para hacer frente a los desafíos emergentes de un desarrollo territorial.
Los cambios sometidos
al tiempo que explora en su sociedad y las nuevas formas de convivencia, le han
permitido reestructurarse para evolucionar, sin olvidar la génesis territorial.
Su proceso de desarrollo requiere un equilibrio con las nuevas generaciones y
sus demandas al espacio, pues dan por un hecho los beneficios y calidad de vida
que hoy ostentan.
Es por tal, que la planificación de su territorio implica el desafío
de desempolvar los contenidos jurídicos y técnicos de una normativa que fue
olvidada a razón de los intereses económicos de la época, y que hoy deben ser revindicados
en el marco de una realidad que cambio en todas sus dimensiones (social, política,
cultural, psicológica y económica), integrándose a los 82 cantones que
conforman su territorio y que han de estar articulados en las diferentes jerarquías
de planificación.
Desarrollo
La capital de Costa
Rica, San José está rodeada de montañas que conforman el Valle Central, en
donde las divisiones territoriales fueron estableciendo barriadas de comunidades
que delimitaron los asentamientos humanos conformados; de ellos se destaca uno
en particular que ha sido la cuna de mi niñez y, con el cual he crecido en el
paso de los años, en la variación de su imagen y en la conservación de elementos
que aún me hacen permanecer conviviendo con él.
Este territorio se
ubica al sur de la capital en una de las zonas más altas del centro, en donde
se puede contemplar la ciudad en una vista majestuosa de la dinámica que la población ejerce en el uso de los espacios
, pero también en la convergencia de relación del individuo y la naturaleza,
cuando se evidencian los gigantes montañosos que bordean la ciudad, y que hasta
el día de hoy es un atributo conservado como riqueza de su forma de
construcción que impide bloquear el paisaje.
Se reconoce
popularmente como Barrio Los Ángeles, en el marco de la denotación religiosa de
uno de los patrimonios de su cultura: la Iglesia de Los Ángeles, que además es
parte importante en la confluencia de las comunidades que conforman el barrio,
mediante actividades culturales que permiten obtener recursos para resolver
necesidades emergentes de sus habitantes y del espacio físico que habitan.
Recalco el hecho de que
es su nombre popular, pues en el interés de un gobierno local por convertirse
en el primer cantón del país con fronteras barriales, han variado los límites
de los asentamientos humanos, achicando unos y dando más extensión a otros, lo
que a su vez ha implicado conflictos territoriales en la modificación de sus
zonas históricas. Hecho que ha requerido de mesas de diálogo por parte de las
comunidades, técnicos y políticos en el consenso de acuerdos, que faciliten la
negociación; elemento que indica Marcelo Sili (2017) puede ser limitante en la
ejecución de un Plan de Ordenamiento Territorial.
Y es que como indica Roa
(2007), existe un ADN territorial que debe leerse en la prospección, para
entender el inconsciente colectivo perpetuado en la relación espacio individuo
y que debe respetarse pues conforma parte de su identidad. Recordemos que la participación
de los habitantes hoy emana en la inclusión de los procesos de desarrollo y demanda
el reconocimiento de los intereses colectivos, en donde cada parte del
territorio es relevante de reconocer e integrar para el desarrollo.
Por ser uno de los barrios
más viejos de la capital, se ha constituido en un cajón de recursos, en donde
se destaca la infraestructura y disponibilidad de servicios públicos, la
conectividad con la ciudad y otras provincias del país, la disposición de transporte
publico cercano, la confluencia de instituciones públicas y privadas y la
facilidad de interacciones comerciales.
Pero esas características,
lo han vulnerable, convirtiendo al territorio en una zona deteriorada en su
infraestructura, en donde se dio paso a una zona de uso mixto pero descontrolada
a la potencialidad de sus elementos, expulsando a los habitantes y dando paso a
otra forma de uso, que convirtió al barrio en un dormitorio, sin actividad ni
de día ni de noche.
Para contrarrestar este
efecto y volver a repoblar esta parte de la ciudad, se han delimitado las industrias,
dando paso a la renovación de espacios públicos y el cambio de la imagen barrial,
generando incluso espacios de diálogo comunal entre la ciudadanía y los
representantes políticos para determinar un continuo de soluciones en la corresponsabilidad
de un territorio.
En el contexto de la
pandemia por COVID 19, el barrio ha evidenciado que su resiliencia y capacidad
de adaptación al contexto de su dinámica, sea para la interacción social, en
donde han generado formas de organización para el uso de espacios comunes como
lo son las pulperías o áreas recreativas, mediante los apellidos. Así como para
la economía local, en donde se han incluido huertas urbanas en cada vivienda de
diferentes productos que permitan el intercambio con los vecinos de su
producción y así todos tengan variación de consumo.
Lo mismo se ha notado
con el comercio local, en las posibilidades de venta de productos, en donde
cada quién compra los productos disponibles a lo interno de la comunidad para mantener
los ingresos de los habitantes, incluso se han creado censos comunitarios para
reconocer a personas adultas mayores que requieran hacer compras y no puedan
salir de sus viviendas, creando redes de apoyo que permitan seguir viviendo.
Todo esto nos permite evidenciar
lo resaltado por Roa (2007), en donde indica que cada territorio es una
común-unidad de un espacio en las relaciones internas y externas; y que son
ignoradas por ciclopes que solo ven la solución en las burdas prácticas de un entendimiento
territorial, ignorando lo profundo de las intenciones del colectivo.
Conclusión
Durante el tiempo de congelamiento
sufrido en el tema de la planificación, Costa Rica vuelve a reivindicar la importancia
de ejecutar y concertar planes que permitan la propuesta de proyectos,
normativas e instrumentos articulados, para organizar el desarrollo de un
territorio, en escala de relación de lo local y nacional.
Eso ha trazado caminos
de conflictos de competencia en el búsqueda de una articulación institucional
con efectos en los objetivos planteado por ambas vías de planificación, lo que implica
un cambio de dirección, que no imponga formas de abordaje sino que potencie la
relación comunidad y gobiernos locales, en respuesta a la política pública del
Estado, que reconozca esas particularidades y las potencie como parte de ese
proceso de construcción colectiva.
Durante todo este tiempo,
nos hemos negado a mirar el contenido y alcance de los instrumentos propios, poniendo
todo el interés en las prácticas y experiencias externas de otros países, que
han resuelto en la consideración de su realidad, con resultados positivos como
negativos.
Y es que está impericia
de aprender y replicar esas prácticas han demarcado procesos de planificación, con
mezclas de teorías sin tomar en cuenta la diferencia cultural, histórica,
social y física de nuestro país. La ansiedad por aportar en el constructo de la
técnica, repercute en la forma de abordaje, creando problemas donde no los hay
para poder solucionarlos, dejando a su paso rupturas en la identidad de un pueblo,
por el capricho de ajustar.
Nuestro radar no debe interrumpir
la expresión implícita de las formas de convivencia o resolución de nuestras
comunidades, se debe alimentar del ojo clínico de lo obvio, así como la interacción
de quien habita y cohabita un espacio en su pluralidad de usos y relaciones.
Las realidades no
pueden ser inventadas o forzadas a ser, sino que se debe reconocer la realidad que
se vive entre el individuo y su entorno, sin cosificar su fin último.
Muy interesante, me parece oportuno que los equipos dedicados a la planificación promuevan el involucramiento social en procesos que finalmente inciden en su modo de vida...
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